martes, 2 de febrero de 2010

Validez y Confiabilidad. Torontos, Perfil 20 y Medicina. (11/1999)


Desde hace más de cincuenta años, la definición tradicional de validez dice que "un instrumento de medición es válido si mide lo que pretende medir". Nótese que desde un punto de vista epistémico, esta definición puede catalogarse como metafísica, ya que exige la preexistencia ontológica del objeto/concepto/dimensión a ser medido.
Desde 1927 el operacionalismo primigenio afirmó con Bridgman, que "el concepto es sinónimo del conjunto de operaciones". Recientemente en artículos especializados, he propuesto acentuar y privilegiar una lectura diacrónica del operacionalismo, lectura tal que nos permitirá llegar a decir, que un instrumento de medición es válido, si mide —confiablemente— lo que operacionalmente mide. Esta afirmación podría simplificarse a un extremo cuasi tautológico y con sentido hermético, al reducirse a "un instrumento es válido si mide lo que mide". Verdaderamente a lo que se estaría apuntando sería a señalar que cualquier definición operacional, que logre ser exitosamente confiable algo medirá, no importa qué. Para la ciencia abstracta no es relevante el nombre que se le pueda dar a ese "qué", importa las relaciones observadas entre los distintos "qués". Diacrónica e iterativamente, durante la construcción y desarrollo del proceso operacional, como seres humanos con lenguaje, vamos incorporando un Vocablo/Significante y un Significado/Concepto a ese algo medido, que en última instancia y/o en su esencia —si la tiene— seguirá siendo un desconocido, de una manera parcial equivalente, al concepto filosófico de nóumeno. Podemos concluir diciendo que si un instrumento de medición llega a ser confiable, entonces, en algún momento la validez "le será dada por añadidura". Será necesario esperar a que aparezcan asociaciones y/o correlaciones y/o relaciones funcionales, con otras variables.
Frecuentemente se me ha tildado con el término ya popular de hipo. No estoy seguro que ello sea cierto. Mensualmente me someto al control de un conocido y ominoso antígeno denominado técnicamente PSA. Cuando éste se me incrementa por encima de los límites estadísticos normales, dados por la tendencia histórica que hemos calculado, asumo, para no inquietarme demasiado —dentro de mi desconocimiento de los procedimientos de tipificación y calibración— que el laboratorio ha comenzado a usar una nueva dosis de reactivos y que se está en un proceso de ajuste, pese a ello, a la semana siguiente, me repito el examen.
Recientemente el incremento fue un tanto amenazante, por lo que opté, con un intermedio de 15 minutos, contrastarlo con otro laboratorio próximo, a sabiendas de que por razones obvias de calibración y normas, ello no es aconsejable. El laboratorio cercano a mi oficina, paradójicamente, siendo uno de los mejores y más concurridos de la ciudad, también es muy pronto en la espera y muy económico en sus costos. Dada esa condición solidaria, y como por formación profesional y científica, siempre he tratado de optimizar el tiempo —es oro—, generalmente aprovecho la oportunidad para "matar dos pájaros de una sola pedrada", o más exactamente, de una sola pinchada; a pesar de Haydé que no se siente. El segundo pájaro es el llamado Perfil 20, protocolo que agregándole los porcentajes de la fórmula leucocitaria, hace un total de 25 entradas o rubros.
Por aquello de que "el lobo pierde el pelo pero no el vicio", cuando me dirigía al segundo laboratorio, bien consciente del hecho que iría a incurrir en un gasto innecesario, decidí solicitar también un examen equivalente al Perfil 20; había caído en la tentación de calcular un Coeficiente de Correlación de Pearson para estimar la confiabilidad de las mediciones. El universo estadístico estaría compuesto por los rubros comunes entre los dos perfiles y aquellos que luciendo ligeramente diferente, hice —un tanto intuitivamente— equivalentes. Las dos variables a ser correlacionadas, como si fuesen medidas paralelas, serían lógicamente los dos momentos de mediciones cuyos objetos reales y/o valores formalmente verdaderos —validez/rubros— deberían ser, con una posible leve diferencia en los triglicéridos y la glicemia, exactamente iguales, ya que el tiempo entre las dos tomas era escasamente de 15 minutos. Existiendo un problema técnico de distintas calibraciones y límites de normalidad en algunos rubros, este factor fue minimizado, tomando en lugar de los valores directos observados en cada rubro, la relación entre las desviaciones calculadas respecto al punto medio del intervalo y el tamaño total del intervalo, obtenido por la diferencia entre sus dos límites normales.
Para mi tranquilidad, como científico y usuario, el valor observado en el Coeficiente de Correlación de Pearson fue 0.993, pero para mi inquietud de aventurero impenitente, al no disponer ya de "ningún otro palo donde ahorcarse" hube de aceptar, que en verdad el antígeno me estaba aumentando. Pero sin embargo, me consolé con aquello "del ahogado, el sombrero". En efecto, el fin de semana, dos amigos desde Newport y Hudson, me habían informado que muy recientemente, el día 6 de octubre, científicos de la empresa Entremed, publicando en la revista del Instituto Nacional de Cáncer, habían descubierto que el aparente villano, posiblemente no era tal, ya que precisamente sus altos niveles indicaban que de alguna manera el cuerpo estaba luchando —no sé con cuanto éxito— contra la proliferación celular asistemática. De manera equivalente a los niveles de los glóbulos blancos, que indican, por un parte la existencia general y en este caso no específica de procesos infecciosos, y por otra parte, proporcionan la evidencia que se está en pleno combate.
He de confesar que si este artículo se llegase a publicar antes del próximo domingo, dentro de mi vanidad de cronista aficionado, me sentiré muy satisfecho con haber dado la noticia, pues le habré dado un tubazo al popular "correr es vivir" que, por supuesto, y en mi condición también supuesta, de hipocondríaco, constituye mi primera y favorita lectura el domingo en la mañana.

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