martes, 29 de diciembre de 2009

EL REINO DEL OLVIDO

De entrada debo admitir que no siento culpa o responsabilidad por un título que seguramente no es original. Como en las telenovelas, el amante frente al juez que lo acusa, expresa con total convicción "no lo hice, pero hubiese podido".

He leído recientemente un simpático artículo del escritor Rivas Rivas sobre originalidad en poesía. Al recrearme en el tema, como un Dédalus cualquiera, he disfrutado de mis veinte [prefiero este acorde] horas en Dublín, por ello he conformado, a la libre, un emotivo palimpsesto, que imperfectamente expresa el por qué en este mundo postmoderno, las moiras ya se han desvanecido.

La investigación científica, con toda seguridad, es un oficio; el saber, para algunos una vocación, para otros una pasión, pero la poesía definitivamente un dejá vu. El investigador, en el sentido de reconocer sus fuentes originales, tiene el deber ético de ser absolutamente transparente, ni siquiera por omisión puede dejar de serlo. Al científico, cuya pasión estriba en la creatividad y construcción del conocimiento, durante esa ordalía no le importa demasiado precisar, si el saber que en ese momento se está forjando, es o no original; al final ya se verá. La poesía es otra cosa, otro es su reino. "Las espadas ociosas sueñan con sus batallas, otro es mi sueño" (Borges). Siempre soñaba en duermevela con un verso donde ligeramente se expresaba: "Desde la noche vengo y hacia la noche voy". Por otra parte, aun antes de encontrarles, ya había intuido y olvidado al Juan de la Cruz y también a Góngora, oscuro y solitario. ¿De dónde ha surgido entonces, ese embrujo raizal y perenne de la noche?

Distante, en un pueblo conocido como la Villa del Yocoima, en la más lejana memoria de la década de los años cuarenta, cuando las niñas del colegio María Inmaculada, en una actitud esquiva, me velaban sonrisas y afectos, mostrándose en cambio generosas con sus silencios, decidí —como todo poeta precoz y temporal— acercarme insomne hasta la noche. [Por múltiples motivos supongo, que este no sería el caso de Rimbaud y/o Baudelaire].

A partir de ese momento tomé la costumbre de buscar y enlazar frases o poemas sobre eternas vivencias de la noche. "En las altas noches cuando sopla el viento / solitario cruzo entre las piedras", estaba convencido que en su femenina y necesaria corporeidad, hechizada al extremo por un exquisito y leve aroma de jazmines tempranos, se me permitiría compensar sueños con pesares. En esos íntimos senderos, habitan sombras, voces, arcanos y trincheras, que se van asociando pausadamente con el alma solitaria de los atardeceres.

Algunos años mas tarde, en Boston/Massachusetts, con la lectura casi obligada de Emerson, Thoreau y Longfellow, en el invierno hube de recordar. ["Voy trasnochando el camino / con mis pasos de borracho / bebiéndome mis fracasos / forjando así mi destino / destino de viento y barro / fraguado en brisa y espuma / en patios de la esperanza / en caldos de la amargura"]. ["Noche silente / corazón en calma / voces horadando la noche / oscuro postillón que cruza / así noche silente / el tiempo siente / tu cabeza dormida / y mis pasos perdidos"]. Un gélido contraste, entre el gris penitente de esas horas y el saudade acelado del terruño, avivó el crisol memorioso de otros tiempos.

La poesía en algún momento de nuestras vidas asume su posesión, por ello nos pertenece a todos de la misma manera. Siempre se han escrito los mismos versos, dolorosamente sin embargo ya olvidados, sólo nos resta un sutil celaje de nostalgia.

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