jueves, 16 de diciembre de 2010

Juventud Divino Tesoro

  1. “Juventud divino tesoro. Te vas para no volver. Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”. Por iniciativa y afecto de mi viejo y querido amigo Charles Brewer, he recibido --vía Internet-- una impresionante y diluida fotografía publicada en abril de 1957 en el diario El Universal. Se trata del momento culminante -- luego de muchos años de prácticas y de entrenamientos-- cuando (José González, Alberto Martínez, Charles Brewer y Max Contasti) superábamos --en la piscina de 25 metros del Club Valle Arriba-- la marca anterior, correspondiente a un record nacional establecido (Oscar Saiz. Max Lores. Fernando Rodríguez. Julián Larrea) de 4x100 Estilo Libre.
  2. Removimos toda una época de nuestra vida. En las actuales circunstancias, me emocionó mucho el recuerdo de aquel hito, pero que al paso de los años y dadas las múltiples y variadas dinámicas existenciales que se han sucedido, hace ya bastante tiempo que lo habíamos relegado en el olvido. Fueron momentos de júbilo, de exaltación y de gloria, que se alojaban cotidianamente en una época plena y maravillosa, cuando disfrutábamos el acelerado fluir de una juventud que asumía que todo seguiría siendo absoluto, brillante y vistoso. “Paris era una fiesta”.
  3. La vida se nos alternaba en dos mundos casi en paralelo. Entre la estricta y normada práctica del deporte y los exigentes estudios de ingeniería en la Universidad Central de Venezuela. Por una parte --recién descubierto el mundo universitario-- con mis compañeros Wolfgang Stockhausen, Manuel Garabito y Gianfranco Incerpi, la casa de estudio se nos había transmutado, menos escolar y con mayor libertad, en una ronda continua de alegrías espirituales y de distracciones intelectuales. Por otra parte, la dedicación, la disciplina y el tiempo necesario para competir responsablemente y con éxito. Todo tiene un costo, consecuentemente ello se reflejaría, en las cada vez más crecientes dificultades, que entre los meses de julio y septiembre de cada año, teníamos que enfrentar para poder superar, aunque fuese de manera muy precaria, nuestras obligaciones académicas. Sin lugar a dudas vivíamos la frase del famoso escritor “Gris, querido amigo, es toda teoría. Verde el árbol de los frutos dorados de la vida”.
  4. La práctica del deporte exige una mayor disciplina. Charles --en la mejor tradición cultural inglesa, inducida sabiamente por su padre-- resultaba al mismo tiempo y al igual que su hermano Randy, muy dedicados y estudiosos en relación a sus respectivas carreras universitarias de Odontología y Derecho. Ya se perfilaban en lo que destacadamente en el futuro y a nivel internacional, llegarían a ser vocacional y profesionalmente. Por una parte, un científico naturalista y explorador y por la otra parte, un intelectual académico y escritor. Charles recolectaba todo lo que fuese posible de fotografiar, coleccionar y clasificar. Randy reescribía y recomponía con mucha investigación, con citas tomadas de diversos textos y en tintas de diferentes colores, lo que serían sus apuntes definitivos, necesarios para superar brillantemente sus exámenes universitarios. Más tarde --aumentados y corregidos-- serían publicados como consagrados libros de estudio en la Universidad Central de Venezuela. Recuerdo que con el propósito de buscar diferentes tipos de rocas y piedras, así como restos de cacharros y de cerámicas, en algunas oportunidades acompañaba a Charles por los lados de El Cerrito en San Román. Supuestamente se trataba de recolectar evidencias arqueológicas de culturas precolombinas que estuvieron asentadas en la zona. Cuando regresábamos con nuestros pesados cargamentos, Doña Margarita decía que entre piedras, palos, flechas, cacharros, cerámicas, chinchorros, artesanías y también insectos y hasta mariposas, Charles iría a invadir toda la casa. Denis con sus juguetes, aún no se asomaba en el luminoso claroscuro de los ojos de su madre.
  5. Fue una época intensa, deportiva y acuática. Charles se trataba de iniciar como líder y explorador profesional. En compañía del Catire Edgar Rodríguez, participamos en una expedición para conocer y documentar unas lagunas merideñas en el llamado Páramo de los Conejos. Nuestro amigo y futuro explorador Julio Lescarboura, para ese momento un precoz y excelente nadador, era todavía muy joven. Otros potenciales exploradores, nuestros amigos Denis Manelski y Jean Pasquali estudiaban en el norte. Era mi primera incursión en la montaña. Trataba de compensar mi falta de experiencia y de entrenamiento, animando todo el tiempo a mis compañeros a seguir avanzando y a no dejarse vencer por el cansancio. En la realidad, me sentía tan absolutamente exhausto y agobiado con el esfuerzo de cargar y de subir con un pesado morral, que al acercarme a un sitio cercano a donde estaba previsto acampar, con un impulso dionisíaco no se me ocurrió otra cosa que bañarme en las heladas aguas de un pequeño riachuelo por allí se deslizaba. Fueron solo escasos minutos y de manera inmediata sentí por todo el cuerpo una fuerte e intensa oleada de calor que me abrasaba y me consumía. Por momentos temí lo peor. Como consuelo y/o justificación para mi evidente y absoluta desmesura, razoné especulativamente. Por una parte, que podía enfrentarme con la naturaleza. En cierta manera, y en otro ámbito, actualmente creo que con relativo éxito, así lo estoy experimentando. Ya había leído en la novela Canaima de Don Rómulo Gallego, la experiencia de Marcos Vargas frente a una devastadora tempestad que penetraba con furia hasta las profundidades mismas de la selva guayanesa. Por otra parte, alcancé una convicción. Sin lugar a dudas, podía estar seguro, de que nunca habría de morir de un infarto al corazón.
  6. El efecto perturbador pero intelectualmente estimulante de esa inmersión vespertina, me llevó más tarde, en la magia encantada de esa fría y oscura noche paramera, a reflexionar y a meditar --asumiendo una extrema mismidad como experiencia única y solitaria de la existencia humana-- sobre los arcanos y perennes misterios de la vida y de la muerte. Se había asomado en mi espíritu, un filósofo pensador y reflexivo.
  7. Ahora, al contemplar nuevamente la fotografía y reconocer la satisfacción que allí estaba improntada, no podíamos imaginar, en ese momento, que pocos meses más tarde ocurrirían los acontecimientos estudiantiles del 21 de noviembre de 1957. Por vez primera, con una ruidosa protesta, habíamos salido de la ciudad universitaria y por breves minutos logrado alcanzar la Entrada Sur de la Plaza Venezuela. Como una consecuencia de esta sorpresiva hazaña, Wolfgang y otros compañeros de ingeniería, pasarían varios días recluídos en los sótanos de la temible y ominosa Seguridad Nacional. Gianfranco --bajo la mirada vigilante de Morantes, un probable agente de la Seguridad Nacional-- se había visto obligado, casi contra su voluntad, a liderizar la comisión estudiantil que en el rectorado se reuniría con el doctor Emilio Spósito Jiménez, para exigir y gestionar la pronta libertad de los estudiantes detenidos. Manolo --huésped indefinido en la librería de los Chaguaramos de nuestro profesor de Filosofía y Humanidades, Doctor Clemente Pereda-- continuaba ensimismado y aislado con sus fantasías y sueños filosóficos, leyendo a Tagore, Hermann Hesse, Gourdief y Milarepas.
  8. Esta fecha cambiaría la vida de muchos de nosotros. Algunos volverían a explorar y a caminar por otras montañas. Otros reforzarían las tempranas tendencias para una formación científica e intelectual. Por mi parte, decidí no seguir en la carrera de ingeniería. En ese momento cursaba el tercer año, pero desde un inicio me había percatado de que me había matriculado de manera automática, sin ningún tipo de análisis y orientación vocacional o profesional. Desde niño, dada una cierta y relativa facilidad para los cálculos matemáticos, mis maestras de primaria, me habían repetido continuamente, que yo debía estudiar ingeniería. En la realidad, nunca había sentido ningún tipo de interés por oficios prácticos y por carreras de orientación tecnológica. En esos tres años, que habían pasado, cada vez se me había hecho más dificultoso y hasta penoso e incomodo, estudiar y aprobar las asignaturas prácticas profesionales propias de la carrera --Dibujo. Descriptiva. Laboratorio. Topografía. Instrumentación. Vías. Higiene. Saneamiento--. Exploré otras posibles opciones, especialmente Sociología, Filosofía y Psicología. A Sociología la encontré poco desarrollada metodológicamente, muy libresca, retórica y repetitiva. En Filosofía encontré como obstáculos, el latín, el griego y un excesivo énfasis en la historia antigua de los filósofos griegos, sin ningún tipo de referencias hacia la Filosofía de las Ciencias. En Psicología, a sabiendas igualmente de que nunca ejercería la práctica profesional, en compensación encontré el atractivo de materias y/o tópicos como Estadística, Psicometría, Medición y Operacionalismo, una combinación de ámbitos y de metodologías --Heurismos vs Algoritmos-- que posteriormente como entidad interdisciplinaria he venido denominando Epistémica. Con mucho esfuerzo y con gran dedicación y estudio así la hemos venido cultivando y/o desarrollando en estos últimos cincuenta años. He encontrado para toda mi vida, tanto una vocación como un objeto de estudio y de reflexión, que de manera creciente, cada día más me seduce, me apasiona y me distrae. En ese sentido, actualmente con la masiva información cuantitativa obtenida vía Internet --utilizando Excel-- he venido diseñando, construyendo y calculando unos complejos y sofisticados modelos estadísticos de predicción para evaluar en Belmont y en Saratoga la potencialidad y el pedigree de potros de carrera. Medaglia de Oro, Candy Rice y Minneshaft en la actualidad y Affleet Allex y Bernardini en el futuro.
  9. En febrero de 1958, Manolo y yo migramos hacia la Facultad de Humanidades y Educación. Estábamos fascinados. En un doble contraste con la Facultad de Ingeniería, allí estudiaban las jóvenes más bellas y elegantes de toda la universidad. Amanda, recién llegada de Panamá, se había matriculado en la Escuela de Letras. Coincidíamos todas las tardes en el pasillo principal de la facultad. He de recordar que al momento de graduarse, cuando recibió su medalla académica de manos del Rector Francisco De Venanzi, al retornar para bajar las escaleras del Aula Magna, yo rompí filas y subí para ayudarla. Maximiliano iría a nacer en pocos meses y toda el Aula Magna le ofreció una calida y masiva bienvenida. Siguiendo el ejemplo de Manolo y de Belén, habíamos contraído matrimonio en los inicios del último año de la carrera. En 1961 y en 1963, con sendos y exigentes Postgrados; Planificación (CENDES) y Estadística (MIT), con un total acumulado de diez años de estudios universitarios, habíamos consolidado definitivamente nuestra formación académica, en una dirección que yo había llamado epistémica y que habíamos logrado de alguna manera construir.
  10. Maximiliano, Orocio y Amandita y así hasta el final de los siglos, en esta vida y no en otra cualquiera, en conjunto con Michael, Carlos, Luis, Lucia, Santiago y Jóse, siempre nos han de acompañar, así como también todos los retoños y pimpollos que como semillas estarán por nacer y que nacerán en el futuro. Desde las insondables profundidades de su apasionado espíritu religioso, he creído oír un fervoroso amén en los trémulos labios de nuestra inolvidable Omaira. En la lejanía de los tiempos, en el pasado, presiento un especial deja vu. Con su simpatía y afecto, Orocio el Viejo nos ofrece su más cálida y acogedora sonrisa.

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