viernes, 24 de septiembre de 2010

Mantras y Letanías. Upata. Recuerdos de Infancia. Música y Mente.

A. En este comentario insertaré algunos recuerdos del pasado y experiencias actuales que están muy relacionadas entre sí. Se trata de momentos personales de carácter público --ni íntimos ni privados-- que considero serán de interés, especialmente para aquellas personas que en esté momento recorren el mismo camino en el cual me encuentro, recibiendo un tratamiento de quimioterapia para superar y/o controlar una Neoplasia Pulmonar un tanto rebelde.
B. Mi apreciada amiga Annie Benko --colega y alumna-- en compañía de Antonio Azocar y otras profesoras amigas, quiso conocer la pintura “La Joven de la Perla” del pintor holandés Jean Vermeer, que recientemente adquirí desde Europa. Me regaló el libro de un prestigioso médico y científico francés que presenta una visión integral acerca de la prevención y el tratamiento complementario de tumores neoplásicos. Destaca tres factores: (a) Alimentación (Ajo. Cebolla. Brócoli. Coliflor. Repollo. Tomate. Batata. Fresas. Frutas, Vegetales y Verduras). (b) Contaminación (Químicos. Plásticos. Pesticidas. Cigarrillos. Monóxido) y (c) Estrés (Meditación). Otros libros que me ha facilitado Aleska Cordero, también se refieren al mismo tema.
C. Los dos primeros factores han sido bien estudiados y conocidos. Respecto al Estrés ha presentado, entre otras, una información original que consideré muy interesante y que voy a comentar en extenso. Se registran cinco ritmos y/o parámetros corporales (Corazón. Cerebro. Arterias). Se encontró que tanto un conocido Mantra Hindú como el Ave María, repetidos mecánicamente y/o memoristicamente, estabilizaban de igual manera y con la misma efectividad los cinco ritmos registrados. Ofrece adicionalmente una información extra de la cual no presenta mayores comentarios, pero que yo consideré aún de mayor importancia. Se afirma que si el Ave María se repite en latín, el resultado era aún mejor. Seguidamente elaboré una hipótesis, en el sentido de que, ciertamente, la repetición mecánica de una frase cualquiera --también con la respiración-- se podía estabilizar los ritmos corporales, pero que si esa frase hubiese cobrado en el pasado algún sentido o significado para la persona, el resultado sería superior. En este caso asumía que el practicante había conocido y rezado cuando era niño el Ave María en latín, adjudicándole una carga emocional más fuerte y diferente, que cuando el rezo se hacia memoristicamente en su lengua materna. De alguna manera ello puede ser relacionado con las famosas esencias de Proust, al mojar una madalena **en una taza de café**.
D. Hace algunos años (asumo quince) como Director de Planificación (UNA), me encontraba una mañana preparando y escribiendo de manera muy acelerada, un complejo informe técnico, solicitado conjuntamente el día anterior por el Dr Rafael Fernández Heres (Presidente) y la Dra Socorro Peraza (Rectora) y que debía presentar en la tarde ante el Consejo Superior. Esa misma mañana se estaba realizando el velatorio de un primito --hijo de una prima muy querida-- que había chocado su patineta contra un auto. A las diez de la mañana --aún sin haber concluido el informe-- decidí tomar un taxi hasta La Florida. Al llegar al salón funerario, una tía cuasi centenaria conducía los rezos y letanías (Stella Matutina) en su latín tradicional también centenario. Con actitud y disposición piadosa, me senté a su lado y me dispuse mentalmente a seguirla y acompañarla. Poco a poco me fue invadiendo una grata sensación de paz y de tranquilidad. Recordaba mi infancia en Upata (1938/1949). En las misas de aquella época, el oficiante en voz muy clara, con mucha cadencia y ritmo repetía las letanías. Porque no entendía el significado de cada una de ellas, les atribuía un carácter mágico y misterioso, que aceptaba y me impresionaba fervorosamente. Al terminar los rezos, me levanté, abracé fuertemente a tíos, primos y parientes y me retiré. Estaba muy sereno y lucido, concluí el informe y lo presenté cumplidamente.
E. Desde hace más de un año, cuando fue establecido el diagnostico definitivo (Células Neuroendocrinas), de una manera espontánea y casi sin darme cuenta, he venido desarrollando ciertas rutinas que en última instancia son equivalentes a las letanías y a los mantras hindúes. Cuatro veces a la semana manejo el corto trayecto Santa Paula/Las Mercedes/Santa Paula. Regularmente tomo la vía de la Circunvalación del Sol, subiendo por la derecha, que es una ruta muy arbolada, siempre solitaria y que por ello, de por sí, genera una agradable sensación de paz y de tranquilidad. Adicionalmente, puedo disfrutar plenamente de una bellísima vista del Ávila. Más significativo aún, se presenta el hecho, que durante ese recorrido, así como también en algunas otras oportunidades, comienzo a recordar y a tararear una vieja canción infantil, que formando coros ensayábamos en nuestras casas, en otras casas familiares y en las escuelas de Upata. Se trataba de una leyenda épica atribuida al Duque de Marlborough (1665) que dice así: “Mambrú se fue a la guerra. Ay que dolor que dolor que pena. Mambrú se fue a la guerra y no se cuando vendrá. Do Re Mí. Do Re Fa. No se si volverá”. Aparte de una ligera modificación que he introducido para evitar una repetición, que considero no es concordante con el ritmo del verso y que le restaría belleza poética a todo el conjunto, nótese --como algo muy especial e interesante-- que no he podido, ni he querido, cortar la historia en la primera frase “Mambrú se fue a la guerra”, que como referencia comunicacional hubiese sido suficiente, si no que me he sentido impulsado y predispuesto a presentar y a recitar todas las estrofas de manera completa. Sin lugar a dudas, se trata de una fuerte impronta, forjada, adquirida y fijada en los años lejanos y felices de la infancia.
F. De esa infancia feliz y añorada en Upata, tengo recuerdos nítidos y confiables desde los cinco años (1943) cuando asistía a una pequeña escuela parroquial con la maestra Ismenia, quien nos trataba de enseñar, letras y números. A los seis años (1944) ingrese oficialmente al primer grado en una escuela de varones (Escuela Federal Humboldt) con la maestra Isaura. Yo no había aprendido completamente a leer, pero lo podía simular muy bien. Con la ayuda de mi abuela aprendía de memoria partes del texto de mi libro. Tenía mejor suerte con los números. Antes de estas fechas, existen fotos y registros que no recuerdo, pero que los he incorporado como tales. Hace muchos años, más de sesenta, mí tía Marucha (María Contasti Lezama viuda del general Lucio Celis Camero), me mostró una foto (Noviembre 1941) que marcaba el inicio del colegio María Inmaculada. Aparecía un grupo aproximado de veinte niñas --de diferentes edades, entre cinco y catorce años-- con mis primas mayores Regina Celis y Nelly Grillet en la tercera fila. Para mi sorpresa, en primera fila y a cada lado de la madre superiora, como si fuesen alfiles --prestos y dispuestos--, aparecen dos niños pequeños: Raúl Van Prag y Max Contasti. No recuerdo que hacíamos allí, no creo que estuviésemos recibiendo clases de religión. Infiero que fuimos niños bien queridos y apreciados y en cierta manera bien estimulados intelectualmente. Recuerdo que en algunas oportunidades, me llevaron a visitar a dos figuras emblemáticas de la cultura literaria del pueblo. Se trataba de dos damas, poetisas de acendrados versos, María Cova Fernández y Anita Acevedo Castro. Esta ultima a su vez sobrina de la ya consagrada Concepción Acevedo de Taylhardat. Sin lugar a dudas Upata era una cuna de poetas.
G. A partir de los seis años, todos los domingos iba a la iglesia. La misa en sí misma no creo que me interesaba, especialmente por que era necesario y obligatorio pasar todo el tiempo arrodillado. Pero esa asistencia, disciplinada, tenía una contraparte, ya que era una de las pocas oportunidades que se me ofrecían para admirar y recrearme con la dulce e inmaculada belleza de las niñas del colegio. Cronológicamente, entre 1945 y 1949, voy a recordar y mencionar aquellas que me habían impresionado como las más tiernas y exquisitas. Esperanza Van Prag. Ranghill Ramos Astudillo. Friné Osuna. Elíde Sequera. Carmencita Soto. Sobre estos recuerdos, en el año 2000, escribí en El Globo un articulo titulado El Reino del Olvido allí decía: “Distante, en un pueblo conocido como la Villa del Yocoima, en la más lejana memoria de la década de los años cuarenta, cuando las niñas del colegio María Inmaculada, en una actitud esquiva, me velaban sonrisas y afectos, mostrándose en cambio generosas con sus silencios, decidí —como todo poeta precoz y temporal— acercarme insomne hasta la noche. A partir de ese momento tomé la costumbre de buscar y enlazar frases o poemas sobre eternas vivencias de la noche. ‘En las altas noches cuando sopla el viento/solitario cruzo entre las piedras’, estaba convencido, que en su femenina y necesaria corporeidad, hechizada al extremo por un exquisito y leve aroma de jazmines tempranos, se me permitiría compensar sueños con pesares”. Asociado a estos recuerdos, hace algunos años, Amanda me comentó que en una charla literaria, cuando dio a conocer mi apellido de origen guayanés, había sido presentada a una señora muy amable, que en su juventud había vivido en Upata. Al darme su nombre y algunos detalles, le aclaré que se trataba de Doña Esperanza Combellas viuda del Dr Raúl Van Prag. Recordé una simpática y divertida anécdota propia de los pueblos del interior, que alguna vez relató mi madre. En tardes frescas y rumorosas, plenas de brisas y de selva, en el mejor estilo imperial europeo, con la simpatía y el afecto de una amistad bien compartida, mi madre Omaira Sanoja y Doña Esperanza --en esas tertulias familiares, propias de madres y de tías-- habían previsto la unión de sus retoños: Max y Esperancita. En ese año de 1945, con la muerte repentina y lamentable del Dr Van Prag, Doña Esperanza hubo de regresar a su Caracas natal.
H. El tratamiento va generando paulatinamente una sensación extraña y general de inercia y debilidad corporal, que especialmente se me manifiesta con mayor intensidad en las primeras horas de la mañana. Desde hace ya varios años, Amanda ha desarrollado la agradable costumbre de escoger, seleccionar y escuchar música entre siete y nueve de la mañana. Sus compositores y ejecutantes favoritos para esa hora matutina, entre otros muchos han sido Grieg. Chopin. Mozart. John Williams. Gabriela Montero. Mario Di Polo y bellísimas selecciones de operas. Verdi. Puccini. Rossini. En este último rubro, asumo alguna influencia de las dilatadas y consecuentes orientaciones, que desde hace mucho tiempo, le han ofrecido sus ya viejos maestros: Pololo. Javier Matheus. Parmana. Berrizbeitia. Mis piezas favoritas, siempre han sido --entre otras muchas-- Habanera (Carmen). Brindis (Traviata). Después del Día (Louise). Navarra (Sarasate). En los últimos seis meses, luego de concluir el desayuno, sigo escuchando la música. Me quedo quieto, sentado con los brazos cruzados hacia adelante y la cabeza inclinada, extendida y apoyada sobre la mesa, como un devoto, que arrodillado y mirando con humildad hacia el suelo, va musitando una plegaria frente al altar. En ese momento no siento fuerza, impulso, ni intención de moverme. La mente me va quedando en un estado intemporal y estático, en el cual parece que estuviese hibernando. De alguna manera he recordado a Silvio Pellico y su libro Mis Prisiones, cuando relata, que estando muy débil después de un ayuno prolongado de varios días, con una cierta mezcla de semillas, como una especie de café negro, le generaban un estado de mente, mágico y especial. Transcurrido unos diez minutos, Amanda se inquieta y me invita a ir a la sala, donde debo recibir un tratamiento para las molestias en los pies. Se trata de una formula tradicional que data de la época de los abuelos (Agua Caliente con Bicarbonato de Sodio y Sal de Higuera).
I. Durante un tiempo más, sigo disfrutando de la música. Siento una gran lucidez mental, que me permite pensar y razonar con claridad y agudeza. A las nueve de la mañana, inicio intelectualmente el día. Leo. Estudio. Reflexiono. Escribo. Utilizo Excel. Si fuese necesario, hacia el mediodía visitó la clínica La Floresta (Excelente Atención: medica, personal y humana). En las tardes, generalmente de Miércoles a Sábado, armado con mis cálculos y tablas estadístico matemáticas, que miden y asignan puntajes a la potencialidad y pedigree de los caballos de carrera, voy a PicadaS en Las Mercedes. (Saratoga. Belmont. Aqueduct. Churchill. Keeneland. Gulf Stream. Santa Anita. Del Mar. Holliywood). Allí me encuentro con los amigos de siempre (Rafael. Gianfranco. Guillermo. Alfredo) apasionados hípicos de toda la vida (El Paraíso. 1950), que me han acompañado desde los ya lejanos tiempos del Liceo Andrés Bello, de la Universidad y del Cendes. Con el tiempo se han venido incorporando otros impenitentes, entre ellos Marcos Araujo y Jacobo Levy, a quienes hemos conocido desde la época del Porton y del Bravamar. Actuando como si fuésemos dioses y/u oráculos, pero esta vez escudados con la soberbia propia de los científicos, pretendemos con nuestros poderosos algoritmos matemáticos predecir exitosamente el futuro y consecuentemente apostar al caballo ganador de la carrera. Como toda predicción estadística tiene un margen de error (Error Típico de Estimación), algunas veces (la mayoría) fallamos. En todo caso, entre cuentos, anécdotas y risas, recordando en cada momento las frases, expresiones y sentencias de nuestro inolvidable y neurótico filósofo Manolo Garabito, disfrutamos plenamente toda la tarde.

1 comentario:

  1. Bello ensayo de Max que le puede servir de referencia a mucha gente que sufre algún tipo de molestia o enfermedad.
    Yo también hago mis letanías, por cierto con el Padre Nuestro en el que trato de decir la sugerencia de García Bacca sobre el Pan Nuestro.
    También me es de mucho provecho recordar parajes nocturnos, la luz de la luna y algunas canciones venezolanas: "... si supieras leer mis pensamientos sabrías lo que yo siento por ti, esta noche...." Recuerdos fabulosos de la infancia y el pasado donde se puede mojar la magdalena, y sabrá mejor.

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